Agostos solitarios
desde
lo alto del acantilado.
Los
bañistas son hormigas de colores
que
ignoran la evaporación de las nubes.
El
sol que cansa esta tarde
de
turistas y malos humos
advierte
de un final siempre posible,
siempre
escondido.
Desenreda
el viento las madejas
doradas
por el sol
y
las axilas vegetales de la costa.
Todo
es un ambiguo calambur,
[suena
una cosa, dice otra]
una
sombra iluminada en silencio,
olas
de cerveza que barren las piedras
y
los cristales.
Todo
es sí, no, quizás,
a
todas horas.
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