lunes, 13 de enero de 2014

Cenizas

Escasas son las ascuas que entre las cenizas quedan. Pero se abre el tiro. Crepitan las gentes. La chimenea arde de nuevo indefinidamente. Grandes leños avivan el fuego, y lo provocan con su sorna y su cinismo. Ha tardado en encenderse a causa de la humedad. El ambiente está henchido. Henchido de codicia, de abyectos maderos y ruines veteranos de fuelle y badil; atiborrado de imperturbables y pacientes cenizas que soportan, que esperan. Y la pira crece y se aviva y grita en un mar de bazofia incandescente. En el exterior tan sólo se percibe, de cuando en cuando, una bocanada de humo; pero dentro, el hollín tizna bosques, casas, campos, edificios públicos, seres, comercios, montañas... Y más maderos acuden al fuego escoltados por chorreante musgo. Lo proscriben. Se cierra el tiro. El humo envuelve el interior del lar: se está apagando. Satisfechos, se hallan intactos. Y todo continúa su curso. El gélido invierno se apodera del hogar. Las cenizas se mantienen sumisas; quedan pocas ascuas entre los despojos de la profunda indolencia. La humedad barre el hollín acumulado en cada recoveco. Aquí no ha pasado nada.

















Es disparatado ver cómo los maderos calcinan al fuego.