lunes, 28 de septiembre de 2015

U

Aceptó el racimo
que ofrecían sus manos;
se dejó llevar
por aquel instinto 
                             [que revolvía sus entrañas.
Y por cada lágrima
tomaba una uva,
por cada esperanza,
por cada página 
                           [que fue capaz de superar.
El zumo agridulce
de la despedida,
corona de abundancia,
es simiente en costumbres
                                           [con docenas de las dionisias. 


jueves, 10 de septiembre de 2015

Pyrros

            —Aquí se respira mal dijo con la voz entrecortada y fatigada.
            —Hay una nube de humo que lo inunda todo y no acierto a ver nada. La sala estaba repleta de gente y, en un instante, no recuerdo cuándo, todos huyeron despavoridos. Sin embargo, no importa; no temo la soledad, ni la indiferencia, ni siquiera temo el tiempo que tarde en empezar a sentir el primer quemazón o el que pase hasta que carbonice mis últimos huesecillos. No temo apagarme si es lo que los astros me tienen preparado.

Durante los cinco minutos que se mantuvo en silencio, sus pupilas fueron cobrando el mismo tamaño que adquieren cuando son deslumbradas por la ofensiva claridad de las mañanas que auguran tardes de llovizna.  
          
             —Ahora consigo ver en esta penumbra y sé que nadie acudirá a mi rescate; no habrá lágrimas ajenas o propias que extingan este sufrimiento. Mis alaridos han de ser mudos para sus pabellones y, enmudeciendo poco a poco, se convertirán en ecos de lo que nunca será crimen.

Paulatinamente, fue acercándose a las llamaradas, tal vez, para acortar ese lapso, el único lapso que no temía, como en un simple e insignificante acto de autodestrucción masiva. En medio de la decadente escena, lo último que vislumbró fueron tres figuras: la más alejada, inalcanzable, le dedicó unas sinceras palabras que mostraron el aprecio que le guardaba; la siguiente, intentó besar su frente, pero los fogonazos le chamuscaron la piel; y la más cercana, aun a tiempo de salvar su vida, agachó la cabeza evitando así cualquier contacto y corrió. Sólo corrió. Entonces, envuelta por el fulgor, lloró. Sólo lloró lágrimas de bencina que lo avivaron haciéndolo tan grande como habían sido su esperanza y su dicha días atrás. Desapareció en un culmen estelar, en un anticlímax cósmico de luz cárdena, tras conseguir ver en aquella ardiente oscuridad.