sábado, 7 de junio de 2014

El dilema del erizo

Las os se enroscan, se funden, 
y se aproxima la euresis. 
Ya no es. Ya no es tu ahora. Ni tu luego. Ni tu ayer. 
No hay. Ni fatum ni moira. 
Las sinestesias la invaden. 
La anulan. Abruman. 
Asiente con la punta del zapato, 
lo salpica de barro. 

Las mejillas enmudecen y se difumina el fuego en la boca. 
El anábasis perfuma las telas. 
Las palabras se diluyen en la lluvia. 
Y el agua de las goteras humedece 
los tactos volviéndose vaho. 
Una figura observa en silencio. 
Aúlla, lupus. ¡A-ú-lla! 
Pide ayuda 
o seguirán enzarzados, desgarrándose, mordiéndose. 
Matándose. 
Y les duele. 
Los brazos les sangran. 
Al tocarse se clavan sus púas de cristal, 
como los erizos. 
Le rasga la piel, con los afilados proligarios. 
Todo por culpa de la profasis de pájaros marrones. 
Las apolocintosis caen de los cuatro 
y cicatrizan las heridas de los rostros. 
Muestran sus colmillos. 
Con la luz del lexis sulpicia el simposio. 
No les importa estesicorar 
para no ser estesicorados. 
Se hieren mutuamente; se devoran a sí mismos. 

Consumen contra una pared los futuros días de orden. 
No hay taxis ni taxeos 
¿sadail so sus Y? 
Dime,  ¿senorram sorajáp sod sut Y?
Aúlla ahora, cánido. 
Ayuda ahora, no te calles. 
¿sanilatsirc saúp ed soseb sut Y? ¿sadicedumne seceñin sus Y? 

El resultado fue, ya sabéis, 
sozire sol ne omoc.