Nunca te habías atrevido a superar la
delgada línea que separa tu ignorancia de la realidad, pero ocurrió
al darte cuenta de que estás viviendo, de que eres cifra y tienes
fin. Todo lo que te rodea concluirá; incluso lo que ignoras por ser
cotidiano se puede volver añoranza en cualquier momento.
Entre sollozos, el recuerdo del pasado
te hizo sufrir, darte cuenta de que cada vez estás a un paso más
del desamparo. Cuando ves sus blancos ápices y sus sensatas
virgulillas bañadas de angustia, sólo entonces, despiertas de tu
coma de felicidad. Ésto duele. Fueron semidioses durante algún
tiempo, pero no quieres convertirte en ellos.
Ayer pensabas que nada había más
cruel que la ardiente garra rasgando tu pecho; pues ya lo tienes
aquí, hundiéndote los pies en uno de los peores deterioros que el
hombre ha conocido. Nadie te dio opción; pero estás, y con un
dilema en cada costado. Ahora sí puedes decidir, pero, claro, ya es
demasiado tarde para no sufrir, pues ya has comenzado a multiplicar
en la tabla de la realidad.
Aguantas un par de bailes de agujas y,
rápidamente, tu apatía te arrastra al mullido territorio invariable
en el que se hospeda tu Ego. Ya nada va contigo. Ya nada caduca.
Estás en una habitación aislada introduciéndote en el protagonista
y conociendo sus límites. Vuelves a ser feliz y, aunque sabes que
tiempos peores acecharán al volver a cruzar la línea, tu elección
es continuar a tu manera por el camino de la lluvia intermitente
dejando de lado el fugaz chaparrón; prefieres calarte poco a poco
confiando sentir en las pausas del orvallo una incandescencia que
desnutra tu indumentaria pesada. Te gusta ilusionarte con el paso de
los cometas, es la única manera de tolerar la siguiente gota.
Te sometes a tu existencia: esperas,
confías, crees, aceptas... Y, al final, te entregas.