lunes, 28 de abril de 2014

Requiem

Y arropada, con el agua hasta el cuello, me dispuse a sumergirme una noche más en los desconocidos mundos de Morfeo. Todo comienza al apagar la luz.

El Introitus: Requiem Aeternam y el Kyrie Eleison fueron barbitúricos, mantuvieron el hilo angustioso de toda la obra. El ofidio anudado en mi garganta se deslaza, resignado, ante la armoniosa sonoridad. Su lento reptar me introduce en el oscuro túnel del adormecimiento.

Sequentia.

Dies Irae. Los jinetes de la nocturnidad cubren todo con su manto. Los colores vivos se escapan, atemorizados, de sus puestos y las escalas de grises llegan para sustituirlos. Mi cama se vuelve hormiguero y cientos de ellas invaden todo mi cuerpo desde los pies paralizándome. Las potentes voces inician en medio de la tranquilidad un trepidante rumor y siento cómo me hace vibrar. Tuba Mirum. Mi sombra, nívea y brillante, atraída por una potente gravedad, se eleva escapándose de aquella joven que duerme. Intento llegar hasta ella, pero algo me lo impide.

Rex TremendaeRecordare. Confutatis. ¿A caso esto es sueño? No puede serlo. Intento dormir pero estoy despierta; trato de despertar mas estoy dormida. Soy consciente de mi pavor, de mi terror en esta espantosa nocturnidad. Y hablo, y grito, y lloro sin ningún resultado: estoy atrapada. Lacrimosa. Sólo queda desistir y ceder. 

Silencio y vigilia. Offertorium.

Domine Jesu. La tranquilidad llega junto con el sueño. Comienza el viaje. Deliberadamente, sobrevuelo campos, bosques, plantaciones, acantilados... Hallo sonrisas artificiales de desconocidos personajes. Hostias et preces. Unos se compadecen, me protegen y socorren al acercarme; otros se abalanzan sobre mí violentamente cuando me aproximo. Huyo resuelta y veloz; corro, vuelo y retozo entre las espigas que acarician la tela de mi camisón. SanctusBenedictus. La brisa es cálida y agradable, huele a menta seca. El sol cubre de oro todo bajo mis pies convirtiéndolo en un paisaje estival con tonos ocres y amarillos que se contrapone con su paz a mi lúgubre cuarto y su olor a muerte.

De mi ombligo sale un cordón brillante y lechoso que me lleva otra vez a la joven tendida en la cama.

Agnus Dei. ¿Despierto? Miro el reloj, que marca las cuatro y treinta y cinco minutos, pero tras cerrar los ojos todo se vuelve desconocido. Lo temo. ¡Ábrelos! ¡Vuelve! No puedo. No me dejan. 

Communio: Lux Aeterna

¿Ya? Pianissimo, palpo con las yemas de mi mano derecha la fría y rugosa pared hasta alcanzar el interruptor. Me incorporo en el colchón. Trémolo: mis manos tiemblan. 

Todo termina al encender la luz. Clap...clap. Ritardando, el cambio de velocidad me produce un pequeño mareo. 

Casi morendo, aplausos en el Musikverein de Viena.

Requiem... 




...ad pacem.


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